La nueva normalidad universitaria
08/06/2020
Montse Palma, profesora de la Universitat de Girona.
La pandemia por COVID19 ha generado un vivo, intenso e interesante debate sobre la virtualización de la Universidad. Bienvenido sea y aunque lo parezca, no es nuevo. O no debería serlo ya que la incorporación de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) a la Educación y en particular a la educación superior, ha sido un tema aludido de forma recurrente en los últimos veinte años para definir el modelo de Universidad del siglo XXI.
La situación de emergencia sanitaria que se inició a mediados de marzo y nos llevó al confinamiento total, especialmente prolongado para los universitarios, nos ha abocado a la utilización repentina y masiva de las clases on line, a articular recursos telemáticos de urgencia para las evaluaciones y a adoptar soluciones diversas de gestión, participación y mantenimiento de la actividad para superar estos meses de confinamiento. El tercer trimestre y el final de curso lo vamos a cerrar como buenamente podamos, apoyándonos en formatos virtuales de urgencia que, a pesar de lo que dicen algunos, no significa que hayamos dado el gran salto a la virtualización. Me quedo con la buena experiencia de haber intensificado el contacto con estudiantes a través del mail o las videollamadas para realizar tutorías individuales y grupales de trabajos de final de Grado o Máster (pequeños grupos) pero también con sensación agridulce de dar clase a través de una pantalla formada por un mosaico de iniciales sin rostro, a menudo sin retorno (grupos grandes). Virtualizar no es trasladar la clase presencial a una pantalla de ordenador o colgar materiales en una plataforma, es algo mucho más complejo. Los profesores y los estudiantes universitarios hemos hecho un proceso acelerado de aprendizaje en el uso de determinadas herramientas telemáticas que estaban en nuestros entornos y que de un día a otro han pasado a primer plano. Así mismo, nos vemos emplazados a asumir nuevos retos, nuevas modalidades, nuevas metodologías y formas de organización para continuar nuestra tarea en un futuro próximo que se prevé excepcional durante un tiempo.
Para iniciar el próximo curso en septiembre, las universidades presenciales nos preparamos para adaptar nuestro funcionamiento a los nuevos condicionantes, a la llamada “nueva normalidad”, sometida a medidas sanitarias de distanciamento e higienización que necesariamente reducirán la presencialidad en los centros y la compatibilizarán con el uso de herramientas telemáticas.
¿Qué será la “nueva normalidad” para las universidades? ¿Qué modelo docente vamos a adoptar las universidades presenciales en el marco de restrictivas medidas de seguridad sanitaria que previsiblemente durarán tiempo? ¿De qué forma estos cambios transformarán o ya han transformado la vida de nuestros centros? ¿En qué dirección? Aparecen en el debate conceptos y términos hasta ahora desconocidos o medio conocidos para las universidades presenciales: enseñanza remota, telemática, virtual, modalidad hibrida, semipresencialidad, virtualización de contenidos… Desde que la Universidad de Cambrigde – y otras del Reino Unido, Europa y USA después- anunciara su paso a la modalidad exclusivamente on line y que solo en situaciones muy puntuales impartiría enseñanza presencial, con grupos muy reducidos y garantizando las medidas de seguridad oportunas, saltaron todas las alarmas. Algunos vaticinaron el final de la presencialidad en la Universidad, otros dijeron que esto era el gran cambio a la virtualización, generando todo tipo de dudas y controversias. Han surgido voces defendiendo la incorporación definitiva de las modalidades tecnológicas y no presenciales como elemento esencial de un cambio de modelo que parecería garantizar un acceso masivo y eficaz a la formación. Otras, se han posicionado de forma contundente a favor de la presencialidad como única forma de preservar la necesaria interacción y las relaciones sociales para una formación personal y cívica más allá de la mera instrucción.
Hablar de modalidades híbridas, enseñanza a distancia, on line, remota, virtual, telemática, no presencial de emergencia, realidad virtual en el aprendizaje o transformación digital entre otros términos, en realidad es hablar de herramientas diversas y distintas, que se utilizan en contextos y modelos distintos, con acentos distintos y a menudo con objetivos también diferentes. Las universidades no presenciales como la UNED o la UOC están claramente situadas desde su origen y su evolución en un modelo de enseñanza a distancia y on line. En cualquier caso, para las universidades presenciales la noticia positiva es que hemos puesto el foco, inevitablemente, en la metodología. El 85% de los alumnos de grado y el 76% de los de máster estudian en universidades presenciales.
El cambio de cultura que pretendía impulsar el proceso de Bolonia hace veinte años, además de la convergencia en la construcción del Espacio Europeo de Educación Superior para la calidad y modernización de las instituciones universitarias, la movilidad, la mejora de la empleabilidad y la cohesión social, tenía como objetivo un nuevo modelo educativo, una nueva perspectiva de aprendizaje continuo a lo largo de la vida centrado en el estudiante y la renovación curricular y pedagógica en el marco de la sociedad del conocimiento. Bolonia, en su origen, fue percibida como la gran oportunidad para adecuar el sistema de educación superior a los nuevos retos de la sociedad del conocimiento y el desarrollo de las nuevas tecnologías en un entorno globalizado. De hecho, la adopción del ECTS (European Credit Transfer) como unidad de medida del esfuerzo y tiempo académico fue un primer paso más allá de la presencialidad y metodologías tradicionales, reconociendo no solo el tiempo presencial en el aula que comparten profesorado y alumnado sino también la dedicación al estudio y actividades académicas de forma autónoma por el estudiante, planificadas y guiadas por el docente. Esto comportó nuevas obligaciones para unos y otros generando nuevas tareas a través de medios tecnológicos y on line como las plataformas digitales que activaron todas las universidades. De alguna forma, la semipresencialidad o modalidad híbrida ya estaba en el nuevo modelo. La transformación metodológica basada en estudiantes activos y profesores comprometidos (Michavila, 2011) debería haber situado en el primer plano, al igual que la movilidad o la estructura de las titulaciones, la innovación docente y, aunque la mayoría de las universidades han realizado grandes esfuerzos para apoyar la innovación docente y la calidad del aprendizaje, la emergencia nos ha sorprendido en un mal momento.
La crisis sanitaria podría y debería ser la gran oportunidad para debatir a fondo sobre el modelo de enseñanza universitaria, un debate que no hemos hecho a conciencia hasta ahora. Suele decirse que las crisis son grandes oportunidades para realizar cambios en la buena dirección. A veces sí, a veces no. En todo caso, dependerá de la voluntad y la capacidad intelectual, social y política para aprovecharlas. Pensemos en la reciente crisis económica de 2008 que no ha sido un gran ejemplo de oportunidad aprovechada para cambiar a mejor, si lo hubiera sido no estaríamos ahora mismo con la incertidumbre, el miedo, la indignación o el temor a que la crisis sanitaria se extienda a una crisis económica, social y política. Y menos para las universidades, pues la última década ha comportado recortes en la financiación, encarecimiento de las tasas de matrícula, disminución de profesorado por falta de reposición de una plantilla cada día más envejecida y precaria, así como la general desatención por parte de los poderes públicos. De los casi 123.000 PDI (Datos y cifras SUE 2019-2020, Ministerio de Universidades) más del 50% supera la edad de 50 años (17,2% más de 60), 54’7% son contratados (54.614 profesores/as) de los cuales el 60% son profesores asociados (32.776), con una tasa de variación anual rozando el 4, cuando para funcionarios o contratados doctores fueron negativas.
Sobre un sistema ya muy presionado, las universidades presenciales afrontan un importante reto ante la pandemia, que podría ser la gran oportunidad para avanzar en el cambio metodológico y cultural que venimos madurando desde hace veinte años (Pérez Cabaní, Juandó y Palma, 2014) si disponemos del apoyo y los recursos necesarios. Pero puede que las lleve definitivamente al colapso, como alertaba recientemente el presidente de los rectores de las universidades españolas.
Las universidades vamos a necesitar mucha ayuda y mucho apoyo para superar la crisis, garantizando la presencialidad posible y aprovechando todas las ventajas que nos ofrecen las nuevas tecnologías. En cualquier caso, como afirmaba en pleno confinamiento el profesor de la Universidad de Calabria Nuccio Ordine, la enseñanza universitaria es una experiencia humana compartida; alumnos y profesores construimos conjuntamente el conocimiento, el contacto con y entre los alumnos es necesario: “Los estudiantes no son recipientes para ser llenados con nociones”. No se trata solo de poner en valor el espíritu humanista fundacional de la Universidad como institución, sino también defender un modelo educativo basado en la interacción, en el alumno como centro del proceso de enseñanza-aprendizaje, el profesor como guía y mediador que utiliza recursos diversos para ejercer la docencia, desde la interpretación de las miradas en clase, las herramientas tecnológicas, las plataformas, webs, redes sociales o la gestualidad con la que acompaña sus intervenciones. La virtualidad es un instrumento, las relaciones humanas el fin. No es instrucción, es educación.