La búsqueda de soluciones a los problemas emergentes

20/05/2020

Francisco Michavila, profesor emérito de la Universidad Politécnica de Madrid y rector honorario de la Universitat Jaume I.

Los tres últimos meses se han caracterizado por abundantes declaraciones apocalípticas que han tenido eco los medios de comunicación. El fin de una era, todo será diferente en las relaciones laborales a partir de ahora, un mundo en el que cambiarán los hábitos y se abandonarán las malas praxis, son algunas de las visiones del día después de la epidemia. ¿Será así?

En la historia de la Humanidad abundan desgracias colectivas semejantes a esta, tras las que, una vez superados los momentos dramáticos, se recuperaron las rutinas anteriores. Acaso sea la peste negra o bubónica la única que, por su carácter devastador y mortífero, reorientó el devenir de la sociedad de los siglos XIV y XV y abrió paso al Renacimiento. Pero nuestro tiempo es completamente diferente a aquel, por el extraordinario avance de la ciencia en los últimos ciento cincuenta años, y los progresos enormes de la medicina y los conocimientos epidemiológicos.

El problema grave del presente se halla en su superposición con otra dramática pandemia: el cambio climático y su efecto demoledor sobre el medio ambiente. Cuando en los próximos meses se encuentre la vacuna que derrote a la Covid-19, la contaminación seguirá matando silenciosamente a muchos seres humanos. ¿Cuántos? Sería interesante conocer con precisión el dato de las muertes que causa directamente. En ambas pandemias, la dialéctica entre la salud y la economía se hace presente con crudeza. Cuál es la auténtica prioridad: ¿salvar el mayor número posible de vidas humanas o reducir las pérdidas que afectan a las inversiones de los que más tienen, la salvaguarda de los votos que buscan los políticos o, tan solo, los empleos de los humildes para que puedan comer? Una versión actual del enfrentamiento entre la generosidad y el egoísmo. Como optimista irredento que soy, creo que, como ponía Camus en la boca del doctor Rieux -protagonista de su novela La Peste, emplazada en la epidemia de cólera que padeció Orán en 1849-, se aprende en medio de las plagas que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio.

Dirijamos, a continuación, la mirada a la valoración del impacto de la epidemia en el trabajo que se desarrolla en los campus universitarios. El cierre inmediato de las instalaciones, las aulas y los laboratorios han convertido unos espacios llenos de vida, de relaciones cotidianas entre los profesores y los alumnos, de lugares dedicados al estudio y el aprendizaje, en edificios clausurados y proyectos docentes interrumpidos. De forma diligente, con espíritu voluntarioso, la enseñanza presencial ha sido reemplazada por otra online para obviar, con el apoyo de la tecnología, el riesgo elevado de los contagios por los encuentros diarios de los estudiantes con sus profesores, que constituyen la esencia de la educación universitaria, aunque no lo sea en la enseñanza tradicional de simple acumulación de conocimientos. ¿Cuánto durará la excepcionalidad actual? Hay quienes dicen que la formación telemática se prolongará indefinidamente, que en adelante seguirá siendo así. Creo que no. Como decía, hace un par de días, la ministra de Educación y Formación Profesional, Isabel Celáa, “la educación presencial es insustituible. Así de rotundo”. En todos los niveles, desde la educación infantil hasta la universitaria. Coincido con ella, si se pretende educar y no solo instruir.

Aceptado un cierto sentido transitorio del momento actual, ¿significa que no hay que hacer otra cosa que esperar resignados el paso del tiempo y que la ciencia médica erradique al virus? No, rotundamente no. Hay muchas lecciones que aprender. El grave acontecer actual puede considerarse como una amenaza para el orden universitario instituido o, por el contrario, como una oportunidad para mejorarlo. Si se opta por la segunda, la siguiente pregunta es “¿En qué y cómo?” A ella se debe responder con el trabajo meditado de conocedores del tema y expertos en las experiencias internacionales al respecto, y no quedarse en la frivolidad de los enunciados banales. Se abre la puerta a innovaciones en las actividades universitarias que conlleven un auténtico progreso académico, y lo liberen de inercias y rigideces, en la docencia, en la investigación y en la obtención y gestión de los recursos.

 En la docencia, la educación presencial se beneficiará con la introducción de modos formativos online que la completen y la enriquezcan, dotándola de un nuevo carácter mixto por la introducción de usos y herramientas tecnológicas apropiadas. Para ello, sería muy conveniente la implantación en todas las disciplinas y asignaturas de Repositorios de materiales docentes online. A tal fin, los profesores, tras la impartición en el aula de sus clases, deberían, de modo generalizado u obligatorio, elaborarlos y ponerlos a disposición de todos sus estudiantes, para que los pudiesen utilizar en la posterior fase de estudio en las bibliotecas o en sus casas.

La implantación de nuevas metodologías, de trabajos individuales o grupales también online, es un cambio obligado. E igualmente, el desarrollo de sistemas de tutorías por vía telemática, no simples consultas, con horarios determinados al comienzo de curso.  Estos cambios no deben suponen un hándicap para los estudiantes con menos recursos o con dificultades en el acceso a internet y en los equipamientos necesarios. Los poderes públicos deben garantizar la efectiva aplicación de políticas de equidad a tal fin.

En cuanto a la investigación, las convocatorias de proyectos europeos o internacionales deberían contemplar apartados específicos para la constitución de alianzas con centros de otros países de la Unión e intereses educativos análogos, muy especialmente, en las orientadas a las innovaciones educativas. Del mismo modo, convendría realizar un análisis del impacto de la crisis en la investigación de carácter experimental, en laboratorios, y elaborar medidas preventivas ante circunstancias similares.

También, entre las prioridades investigadoras de cada comunidad, convendría que primasen líneas vinculadas con las políticas europeas medioambientales, en paralelo los proyectos que se lleven a cabo en el marco del Horizon 2021-2027.

Poco tengo que aportar en cuanto a la financiación universitaria tras el magnífico artículo de Juan Vázquez, solo un par de modestas sugerencias basadas en mi experiencia en el gobierno universitario.

La flexibilización de las rígidas normas de gestión que constriñen el quehacer de las instituciones, con posibles flujos entre capítulos presupuestarios, vinculados a la implantación de procesos de transparencia y rendición de cuentas. Y la creación de un programa excepcional de créditos, de carácter estatal y vinculados con los fondos de reconstrucción de la Comisión Europea, específicos para superación de la pandemia. Con un carácter plurianual, la iniciativa debería corresponder al Gobierno.

Mucha tarea por delante. Manos a la obra.

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